viernes, 16 de noviembre de 2012

Tu.

Tanta mala hostia que tenía que explotar. Mil y un defectos escondidos en tus canas. Cuatro o cinco besos antes de dormir, como el mejor somnífero de la vida.
Te escucho murmurar que ya nada ni nadie te hace feliz. Un vaso de alcohol rebosando en la barra del bar y tu y yo solo nos queremos mirar. Un bebé ilumina nuestra cara con la idea de dos rayas. Rosas.

Y un silencio. Punto.

La confianza del final, y tus ganas de quererme, sin quererme amar. Te pierdes en la noche fría de Madrid y me invitas a un café, para que nuestros sentidos y nuestros besos nos deseen más que nunca. O para que, una vez más, engañes la ilusión de mis entrañas.
El fuego del mechero ilumina mis ojos, que llenos de rabia se niegan a aceptar lo inevitable.

Cinco compases de cuatro por cuatro al son de unas palmas mal acompasadas y el andén tan frío como casi siempre, como cada vuelta a la cruda realidad.

La baba se nos caería de poder imaginar todo lo que nos podríamos querer sin miedo. Pero a más de uno mataron ahí afuera por creer que no somos lo que creemos ser. Si quieres soñar, yo te invito a dormir.

Y tú, y tu puñetera manía de huir. De no afrontar tus miedos cuando se tratan de ti. Cuando va más allá que el par de huevos que le echas por salvar vidas. O por echarlas a perder. Cobarde. Te odio.

Si algún día te atreves a querer a alguien como alguna vez (repetidas veces) lo hice por ti, sentiré que no he tirado todos esos besos por el desagüe de la soledad.





DmN.

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Acariciame el alma...